El petróleo que hoy nos salva gracias a Chávez
Por: Alberto Aranguibel (@SoyAranguibel)Visión y pensamiento estratégico más vigente que nunca antes |
Con la misma frenética furia con la que la oposición vitoreaba en abril del 2002 cada uno de los enunciados del decreto de Carmona (¡Te queremos Pedro!), aplaudía gozosa la primera medida anunciada de manera “oficial” por el espurio y breve gobierno ultraderechista que se instauraba entonces en Miraflores, pero ya no en el Salón Ayacucho del palacio sino desde el salón Simón Bolívar de la sede central de Pdvsa, consistente en suspender los envíos de petróleo a la hermana república de Cuba y cancelar de un solo plumazo el convenio de cooperación entre ambas naciones, tal como lo declaraba en esa oportunidad la autodenominada “gente del petróleo” que se hacía con el control de la empresa gracias a aquel cruento golpe contra la democracia.
Por obra y gracia de la más brutal felonía, la derecha venezolana daba así cumplimiento casi de manera instantánea a uno de los objetivos fundamentales del imperialismo en nuestro país, acabar con toda posibilidad de articulación de solidaridad con el pueblo cubano y hacer cumplir su irracional doctrina anticomunista en la región.
Con aquella medida, los pitiyanquis insurrectos se vanagloriaban de su desprecio al noble pueblo cubano sin importar en lo más mínimo el inmenso apoyo que desde la isla caribeña nos ha llegado gracias a un convenio de naturaleza estrictamente humanitaria que ha significado tanto beneficio para los sectores más humildes de la población venezolana a través de las misiones de salud en las que los médicos cubanos aportan su esfuerzo cotidiano con auténtica vocación de servicio y desprendimiento.
Al decir de una modesta trabajadora del Centro de Diagnóstico Integral (CDI) Salvador Allende, en Chuao, los cubanos son un verdadero ejemplo de abnegación y entrega. “Puede ser que los venezolanos no vengan a trabajar por cualquier razón –me dice- pero los cubanos no fallan nunca. Si por alguna causa alguno de ellos no puede cumplir con su guardia, otro cubano lo cubre haciéndole la suplencia”.
Una virtud basada en una lógica completamente distinta a la del capitalismo.
En ese sentido el Comandante Chávez propuso una filosofía que persigue la diversificación de nuestras posibilidades de intercambio comercial, que promoviera esa cualidad humanista del socialismo y nos sirviera a la vez para salir de la dependencia económica a la que esa misma derecha obtusa e incompetente nos ha llevado desde nuestros orígenes como república con el rentismo petrolero y con su visión del imperio como comprador privilegiado.
Quienes acusan a la revolución de despilfarradora e ineficiente porque la bonanza petrolera de la última década no se convirtió en gigantescos caudales de reservas internacionales o en redes de imponentes autopistas y edificaciones fastuosas al mejor estilo de los derrochadores en opulencia arquitectónica del medio oriente, dejan de lado el carácter social de esa gran obra en que se ha convertido en nuestro país el petróleo a través no solo de las misiones, sino de lo que representa la estabilidad laboral y de los salarios, así como de las pensiones, la creciente matrícula estudiantil pública y los servicios públicos gratuitos o de bajo costo que hoy en Venezuela están garantizados a pesar de la vertiginosa caída del precio del barril en el mercado petrolero internacional.
Hoy ya no solo desde las filas de la oposición sino también desde las supuestamente revolucionarias, cobra fuerza el discurso que persigue presentar las dificultades que experimenta el avance de las luchas populares que comprende el socialismo bolivariano en evidencias del fracaso del modelo. En ese discurso (acomodaticio y vergonzosamente oportunista en el caso de los autocriticistas de oficio) el desconocimiento de los logros de la revolución es una constante y su argumentación se mimetiza cada vez con más fuerza con el pensamiento abiertamente neoliberal según el cual el supuesto fracaso del socialismo derivaría principalmente de un uso equivocado de nuestro recurso natural no renovable más preciado, al que además se pretende ahora repudiar como el culpable de nuestras penurias y no al capitalismo que fue quien usó esa riqueza para malbaratarla en la cultura de la importación que nos vino desde el imperio.
Durante casi tres lustros el antichavismo ha sostenido de manera irresponsable que habría una política instaurada en Miraflores de regalar el petróleo a países de economías deprimidas, cuando en realidad ha sido siempre todo lo contrario. Más allá de la elemental solidaridad a que obliga la ética socialista, base del proyecto transformador que nos legara el Comandante Chávez, un principio estratégico en el ámbito comercial es el que ha inspirado la visión de nuestro país en relación con el petróleo. Ese principio es el de la no dependencia de un solo comprador para nuestro producto, con lo cual se eleva nuestro poder de negociación y nuestra capacidad de respuesta frente a las presiones de sometimiento económico a la voluntad de ese único comprador, tal como sucedió siempre en el pasado en nuestro país y tal como es la aspiración recurrente de todos y cada uno de los gobiernos de los Estados Unidos hacia la región suramericana y caribeña.
Apoyar las economías del Caribe con un programa energético basado en la necesidad de nuestro país de ampliar nuestra cartera de clientes, apoyando economías históricamente agonizantes para que su inversión en energía les resulte cada vez más rentable en la medida en que con una negociación directa entre los países se eliminen de la cadena de comercialización los intermediarios capitalistas que encarecen y les hacen imposible la obtención del recurso, es ayudarles a impulsar sus economías y hacerlas menos dependientes de los designios económicos del imperio. De modo que no hay ninguna política de regalar el petróleo, sino de convertirlo en instrumento liberador, que es otra cosa.
Por eso en su reciente (y única) gira por las islas del Caribe, el presidente Barack Obama instaba con tanta insistencia a los mandatarios de la región a dejar de lado a Petrocaribe para orientarse hacia un nuevo escenario de intercambio comercial en el que la poderosa economía norteamericana llevase la voz cantante. ¿Por qué si en verdad está pensando en la prosperidad de esas economías históricamente deprimidas, ve necesario desechar un proyecto que tantos beneficios ha llevado a esas islas? El sometimiento económico de las naciones de economías emergentes es una herramienta indispensable para la sobrevivencia del costoso modelo imperialista de los Estados Unidos. Lo que amenaza hoy a nuestros pueblos no es el fantasma del modelo democrático representativo, sino el ALCA que trata de volver por su fueros.
El sustrato neoliberal de esa derecha atorrante e insensible que toma aliento en la región, le obliga a replantear la solidaridad que el bolivarianismo impulsó en la última década hacia una reformulación de la idea del intercambio comercial basado en la lógica del libre mercado y no de la cooperación, tal como lo ha dejado ver el ultraderechista presidente de Argentina desde su arribo al gobierno. El poder del dinero es colocado en esa concepción como centro gravitacional de su propuesta.
En Venezuela, programas como los CDI, por ejemplo, serían inexorablemente desmantelados de llegar a cancelarse el convenio Cuba/Venezuela, porque no habría recursos con qué costear la cantidad de médicas, médicos, enfermeras y enfermeros, que esos centros requerirían y cuyos salarios tendrían que pagarse con dinero (que es lo que nos hace falta) y no con petróleo (que es lo que nos sobra). Si nuestro único comprador fuese Estados Unidos, nuestro petróleo iría primero al imperio (vendido al precio irrisorio que ellos mismos impusieran por ser ellos quienes tendrían el poder de negociación) y luego a Cuba, con un costo en ese caso verdaderamente elevado que sumiría a la isla en la mayor hambruna que jamás haya padecido.
Hoy, aún a pesar de la caída del precio del barril en más de un 70%, esa diversificación en la comercialización del crudo ideada por Chávez, nos ha permitido resistir el embate de la guerra contra la Opep desatada por el imperio mediante la inundación del mercado con su petróleo de esquisto que tanto daño le genera al ambiente en su propia nación.
De no haberlo pensado así, y de haber prevalecido el modelo que hoy todavía propone la derecha en Venezuela de colocar todo nuestra producción exclusivamente en el mercado norteamericano, el país no habría logrado sobrevivir al terrible drama económico que hoy agobia al mundo entero.
Una política más del Comandante Chávez que hoy nos blinda contra la barbarie del capitalismo.
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