El espejo: Mi amigo Chávez
José Vicente Rangel
Cortesía: ultimasnoticias.com.ve (07/03/2016)
1) Lo conocí en el Teatro de la Academia Militar el año 1973, cuando con Anita visitábamos a nuestro hijo, para la fecha cadete del primer año, cuyo jefe de pelotón era el Brigadier del tercer año, Hugo Chávez Frías, quien solía acercarse a nosotros para conversar y hacer preguntas sobre la situación del país. Cuando Pepe fue expulsado de la Academia porque, supuestamente, era un golpista en potencia, le perdí el rastro. Luego volví a saber de él en la madrugada del 4 de febrero de 1992. El cineasta Carlos Azpúrua me llamó por teléfono a casa para decirme que había una “plomazón” en los alrededores de La Casona y por la tarde vi su imagen -ya cautivo- en la televisión dirigiéndose al país en un lacónico e impactante mensaje de rendición en el que asumía plenamente su responsabilidad en el levantamiento de la joven oficialidad del Ejército.
2) Estando preso en la cárcel de Yare, lo entrevisté dos veces rompiendo las medidas de seguridad. Los programas fueron censurados y el gobierno abrió una averiguación ante la justicia militar. En esas entrevistas definió su proyecto como patriótico y revolucionario, inspirado en el ideario de Simón Bolivar, y anunció su decisión de continuar la lucha una vez que saliera en libertad. Cuando esta se produjo, un periodista le preguntó, en medio de la multitud que lo acompañaba en el paseo Los Próceres, a dónde se dirigía y le respondió de manera tajante: “¡A tomar el poder!”.
3) Mi relación con él siempre fue cordial, con rasgos de calidez humana. Me hizo la distinción de designarme canciller de la Republica, ministro de Defensa y vicepresidente ejecutivo. Diferimos y coincidimos muchas veces. Nuestra amistad se fundamentó en una lealtad que resumía la crítica y la autocrítica. Ese era Hugo Chávez, mi amigo, de cuya muerte se cumplieron el sábado pasado tres años. Poseía una pasmosa intuición política. Un coraje ilimitado. Una inmensa voluntad de trabajo. Y sabía combinar, magistralmente, idealismo y pragmatismo. Estuve muy cerca de él en situaciones extremadamente difíciles que supo resolver con audacia temeraria y calculado sentido de la realidad.
4) Su capacidad para comunicar no tiene precedentes en Venezuela. Su palabra se alimentaba de lecturas, vivencias populares y capacidad para traducir en lenguaje llano los temas más complejos. Sabía cómo llegarle al pueblo con la verdad por delante y la transparencia de sus planteamientos. Su identificación con el común no tenía parangón. Lo entrevisté para la televisión, a lo largo de 20 años, en 17 oportunidades, en momentos de agudas tensiones, y en esos diálogos destaca la coherencia de su pensamiento, la continuidad de su accionar político y la lealtad a los principios. En una de esas entrevistas, en los jardines del Palacio de Miraflores, con el Cuartel de la Montaña al fondo, donde estuvo su puesto de mando el 4 de febrero y ahora descansan sus restos -rodeados del fervor popular-, me dijo: “Todas las mañanas tomo el primer café del día y reflexiono mirando el Cuartel de la Montaña”. Y agregó: “Siempre se debe tener una referencia constante, que lo ate a un compromiso superior, en la que converjan pasado y presente, para saber si realmente uno es consecuente con lo que promete”.
5) Su imagen crece día tras día. No como culto, sino como sincera devoción por alguien que se entregó sin descanso a la tarea de redimir a un pueblo. Pasa el tiempo y él sigue viviendo en el corazón de millones de compatriotas. No es mito: es una corriente vital que emana de lo profundo de la nación. Chávez es multitud. Es presencia cotidiana, y no simple recuerdo. Los carroñeros de la política que se esforzaron por destruirlo en vida, persisten en su empeño y tratan, inútilmente, de acabar con su memoria. A tres años de su partida está más presente y activo que nunca ¡Chávez siempre!
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